Carlos IV
En 1807, el inepto rey Carlos IV y su ambicioso ministro Manuel Godoy, permitieron el paso de las tropas de Napoleón, su aliado, para la invasión de Portugal.
El ejército francés ocupa Portugal. Sin embargo, siguen entrando contingentes por el norte, unos se dirigen a Burgos, otros se encaminan por Cataluña y acantonan en Barcelona, otros hacen lo propio en Pamplona… El siguiente movimiento es mandar tropas con destino a Cádiz como prevención ante un posible ataque británico desde Gibraltar.
Han pasado varios meses y ya por febrero de 1808 son más de cien mil los soldados franceses en suelo español. Pero total, que va a pasar. Son nuestros aliados. Napoleón es como las buenas esencias… en recipientes pequeños y tal… seguro que está velando por la seguridad del país vecino por si atacan los ingleses…
Murat
En Madrid la cosa es especialmente preocupante. A principios de marzo llegan las noticias sobre la entrada de las tropas del general Murat con destino a Madrid. El sagaz Godoy vislumbra la posibilidad de que Napoleón les haya traicionado y pretende que los reyes se marchen a Sevilla por si acaso tuvieran que “hacer las Américas”, como el rey de Portugal. No hubo tiempo para ejecutar sus planes pues la noche del 17 de marzo se inició el famoso Motín de Aranjuez que concluiría con la detención de Godoy y la abdicación de Carlos IV a favor de su hijo Fernando VII.
Fernando VII
La situación no mejora. El 23 de marzo Murat entra en Madrid. Días antes se han publicado bandos municipales para pedir al pueblo paciencia antes una situación “pasajera”. El día 24 Fernando VII deja Aranjuez y llega a la ciudad. Los intentos del rey, el ayuntamiento y el propio Murat porque no hubiese conflictos entre el pueblo y los soldados no fueron del todo fructíferos. Acusaciones de espionaje por parte de los franceses, riñas de taberna y otro tipo de encontronazos ya dejaron víctimas mortales la primera semana.
Fernando VII que esperaba a entrevistarse con Napoleón accedió a encontrarse con el emperador en Burgos, pero fue engañado y terminó por acudir a Bayona, en territorio francés, donde también fueron convocados Carlos IV y Godoy. El 30 de abril casi toda la familia real española se encontraba secuestrada en Francia y el pusilánime Fernando se plegaba ante Napoleón para salvar su pellejo dejando huérfano al pueblo que tan ingenuamente había depositado sus esperanzas en él.
Los madrileños, que llevan tiempo con la mosca detrás de la oreja, ven como en más de un mes el panorama no ha cambiado, hay miles de franceses concentrados en las afueras y todos los días tienen que aguantarlos campando a sus anchas por la ciudad, bebiendo vino en las tabernas, mirando con aires desafiantes a los hombres y molestando a las mujeres.
Francisco de Paula
Entonces se extiende el rumor de que se quieren llevar también a los infantes a Bayona (sólo quedaban María Luisa de Borbón y el joven Francisco de Paula). Vecinos de la ciudad y de las afueras deciden acudir al palacio a la mañana siguiente.
Madrid, 2 de mayo de 1808.
Allí, a primera hora, una muchedumbre empieza a agolparse. Los franceses sacan al infante para montarlo en un carruaje. De pronto, un grito rasga el aire aún fresco de la mañana: “¡Que nos lo llevan!”. Como un reguero de pólvora la voz se extiende y la multitud se abalanza para evitar el rapto del joven Francisco de Paula. Los soldados franceses dirigen los cañones contra el pueblo y disparan. En ese momento se desata la locura.
La detonación se escucha en toda la ciudad. En torno al palacio la gente corre despavorida por las calles aledañas, las ventanas y balcones se llenan de ojos. Pronto el miedo y la sorpresa dan paso la rabia, tanto tiempo contenida, y el rumor de lo sucedido se torna en clamor popular. Mucha gente corre a encerrarse en sus casas, pero muchos otros se echan a la calle, armados con palos, navajas y cuchillos.
Los soldados franceses toman posiciones y se envían mensajeros a los cuarteles de las afueras. Algunos son interceptados y pasados a cuchillo. Las calles pronto se convierten en un hervidero. Se forman cuadrillas improvisadas, se levantan barricadas en plazuelas, se preparan emboscadas en estrechos callejones y gente desde sus casas hace acopio de todo objeto que pueda arrojar sobre la cabeza de los franceses.
Apenas una hora después del inicio de la revuelta, hacia las diez, la situación se hace más tensa. Un grupo de madrileños armados con fusiles ha tomado posiciones en torno al palacio y disparan contra los franceses. Murat envía refuerzos para acabar con este foco, pero los combates se han extendido por toda la ciudad. La siguiente medida es ordenar una entrada masiva por todas las puertas de la ciudad.
La resistencia es feroz y dramática, sucediéndose algunos episodios dignos de mención.
En el Hospital General (hoy Museo Reina Sofía) un grupo de cocineros y enfermeros se enfrenta a los franceses armados con palos y utensilios de cocina, expulsándolos inicialmente.
Cárcel de Corte
En la Cárcel de Corte (actual Ministerio de Asuntos Exteriores) los presos, soliviantados por los acontecimientos, piden la libertad provisional para apoyar al pueblo. Finalmente, ante un inminente motín se accede. Un grupo de reos se dirige a la Plaza Mayor, reducen y apuñalan a unos soldados que custodiaban un cañón, lo disparan contra los franceses y después lo inutilizan y se adentran de nuevo en las calles con los sables y puñales de los muertos en la mano. Lo más curioso es que al acabar la jornada, de los presos que sobrevivieron retornaron a la cárcel todos menos uno.
La antigua Puerta de Toledo vivió unas horas sangrientas de enconada resistencia por una tenaz barricada formada por carros, muebles, madera y todo lo que pudieron reunir sus vecinos. Aguantaron varias embestidas de caballería y artillería francesa hasta que fueron arrasados.
En la Puerta del Sol los enfrentamientos se recrudecieron según avanzaba la jornada pues allí confluyeron las tropas francesas que fueron entrando por las puertas de Madrid y arrinconaron a los defensores que retrocedían. Pero no se arredraron y como bien reflejó Goya en un duro y magnífico lienzo, los madrileños hicieron frente a La carga de los mamelucos cuchillo en mano, lanzándose bajo las patas de los caballos para destriparlos y derribar al jinete mientras otro se abalanzaba sobre él para apuñalarlo. Este cuadro refleja como ninguno lo que pudo ser aquel día. Los soldados experimentados con ojos llenos de pánico ante los diablos que los apuñalaban como posesos. Esos hombres no tenían miedo, sus ojos llenos de odio y su pecho inflamado de rabia no daba cabida a nada más.
Pero si hubo un episodio que cabe resaltar y que identifica ese día fue el ocurrido en el Cuartel de Monteleón, en la actual Plaza del Dos de Mayo en el barrio de Malasaña (en honor de la joven Manuela Malasaña que perdió la vida este día ayudando a los sublevados).
Los soldados españoles tenían órdenes estrictas de no actuar. Algunos, según avanzaba la mañana, se escaparon de sus cuarteles sin el uniforme para unirse al pueblo. Sin embargo, hubo dos oficiales que no pudieron soportar la pasividad de sus superiores ni la vergüenza de dejar a sus paisanos a merced de los franceses. Fueron Luis Daoíz y Pedro Velarde.
Los dos capitanes se hicieron fuertes en el Parque de Artillería de Monteleón, con un grupo de soldados fieles y voluntarios civiles que se encontraban en las calles cercanas y fueron armados. A ellos también se unió el teniente Jacinto Ruiz, que estaba enfermo pero, ante el clamor de las calles, decidió unirse a la revuelta.
Organizada la improvisada defensa rechazaron una primera partida de franceses. Después hicieron lo propio con un nutrido batallón, ayudado por civiles armados desde azoteas y balcones. Los refuerzos franceses continuaron llegando y la lucha fue encarnizada. Finalmente, logran controlar las calles aledañas y desalojar a los tiradores. Por su parte, las tropas españolas menguan y la munición escasea. Cuando parece que el Cuartel se va a rendir y los soldados franceses se aproximan a la puerta se produce el episodio que forma parte de la historia y la leyenda de Madrid:
Jugándose el todo por el todo, el maltrecho cañón es disparado contra la puerta de madera del cuartel. Una lluvia de metralla y astillas barre la avanzada francesa. Los españoles aprovechan la confusión para rematar a los caídos y coger prisioneros, mientras, el resto de soldados franceses huye por las calles. Al enterarse Murat entra el cólera y ordena arrasar el cuartel.
La artillería abruma las últimas defensas y un batallón se lanza al asalto. Ya no queda esperanza. Daoíz, al frente de unos cuantos soldados y civiles, sabe que es el final. Pero rendirse no es una opción y ni siquiera aquellos hombres corrientes lo harían, pues su sangre escupe odio. El teniente Ruiz hace tiempo que ha sido evacuado herido en un brazo y la espalda. El capitán Velarde cae al poco de iniciarse el asalto. El capitán Daoíz aguanta hasta su último aliento, herido y apoyado en el desvencijado cañón.
La jornada dejó un reguero de sangre y muerte en las calles de Madrid. Centenares de prisioneros que fueron ejecutados a sangre fría y en posteriores fusilamientos durante la tarde y la noche. En el Prado. En la montaña del Príncipe Pío…
Hoy es fiesta en Madrid, pero lejos de desfiles y actos institucionales, debe prevalecer el recuerdo de un puñado de hombres y mujeres que se levantaron contra el coloso que atemorizaba a Europa. No por amor a una bandera. No por fidelidad a unos reyes indignos. No les movieron excelsos ideales, sino la ira, la rabia y el odio. Se levantaron por ellos mismos, por sus padres, por sus hijos. Por su pequeña porción de libertad.